En estos días le da a uno por pensar en esa denominación que los paleoantropólogos usan para definir a ese primate evolucionado del que formamos parte los seres humanos modernos.

 Homo en latín es hombre y sapiens sabio, pues entre todos los animales que habitamos el planeta, nosotros somos los únicos que tenemos eso que se llama sabiduría.

Dicho en otras palabras, amable lector, usted es el único animal capaz de leer y comprender este artículo escrito por otra bestia de su misma especie con unos dibujos que usted descifra y que le remiten a objetos y conceptos del mundo real.

El término  sabiduría con el que se nos etiqueta es bastante complejo. Si apelamos al Diccionario de la Real Academia de la Lengua, encontramos esta primera definición: «Conjunto de conocimientos amplios y profundos que se adquieren mediante el estudio o la experiencia».

Desde este punto de vista, por ejemplo, un talibán es una persona sabia. Para comenzar, la palabra, de origen árabe (talib), significa «estudiante». Pero más allá de esto, alguien que organiza y gana una guerra sin duda tiene «un conjunto de conocimientos amplios y profundos…».

La cosa cambia un poco con la segunda acepción que nos ofrece el DRAE: «Facultad de las personas para actuar con sensatez, prudencia o acierto».

Las desoladoras imágenes de las acciones de este grupo de milicias no son ejemplo de sensatez, prudencia o acierto, sino más bien de locura, desenfreno y aberración.

En tal sentido, pese a ser sapiens sapiens (y encima supuestamente estudiantes), con lo que menos cuentan es con sabiduría.

De hecho, son enemigos de todo aquello que usualmente se asocia a este concepto:  arte, música, teatro, literatura. Son gente de alma fea que aman la fealdad y ocultan o destruyen la belleza.

Pero volviendo al resto de los sapiens, para no referirnos a un grupo en particular, tampoco es que las cosas estén marchando muy bien, no solo en el mundo tradicionalmente considerado como atrasado, sino también en el primer mundo.

Nuestra amenaza a la estabilidad climática de nuestro planeta, la existencia de desigualdades extremas, de atroces dictaduras, la creciente y decepcionante aniquilación de ese rasgo tan propio de nuestra especie llamado «sentido común», al que Bergson denominaba «la facultad para orientarse en la vida práctica» que tiene mucho que ver, sin duda, con lo razonable. En fin, toda esta larga lista de cosas y las que faltan a veces nos hacen poner en duda la sabiduría de nuestra especie.

Nuestra evolución ha sido sorprendente en 200 mil años, ese primate que habitaba al sur del rio Zambeze, comenzó a tener ideas y a conectarlas, a fabricar herramientas, a sobrevivir en condiciones adversas.

De allí se expandió por el mundo como lo seguimos haciendo hoy, siempre huyendo de las adversidades para encontrar un lugar mejor en el que vivir. De ese viaje de remoto inicio, surgió Mozart, Da Vinci, San Francisco, el Empire State, el Apolo 11 y también Adolfo Hitler, Stalin, los talibanes y –naturalmente– el susobicho.

Después de 200 mil años de tránsito, siente uno que nos falta mucho para alcanzar, como especie, la sabiduría que nos define.

No obstante, no debe vencernos el desaliento, porque un soplo de sabiduría divina ha sido lanzado sobre nosotros.

No debemos perder la esperanza, algún día logremos que se despliegue en su plenitud. Mientras tanto sigamos trabajando para ello elevando nuestro espíritu hacia el bien.

Quizá con un toque de humildad, deberíamos omitir el sapiens y llamarnos simplemente homo, aunque en algunos casos uno sienta que homínido es más que suficiente.

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