Al chavismo le ha caído últimamente encima su propio discurso como un deslave de grotesco fracaso. Están tan expuestos y desnudos en la mentira, que sus palabras se les vienen encima revolcándolos: ya no hallan de dónde agarrarse para ocultar las vergüenzas de la incoherencia de un discurso vacío en el que ni ellos mismos creen. Ellos que inventaron el “día de la resistencia indígena”, terminaron haciendo lo mismo que aborrecían en los conquistadores; los que tanto hablaron de represión, masacran a su pueblo en las calles; los que proclamaron la lucha en contra de la pobreza, matan a su pueblo de inanición y ausencia de medicamentos; los que se metieron a políticos para luchar por la justicia porque alguien ejecutó arbitrariamente a su padre, ahora se vengan ejecutando a los padres de otros; los que proclamaron la decencia y la lucha en contra de la corrupción, terminaron siendo los choros más grandes de nuestra historia, abriendo cuentas en el aborrecible imperio y hasta comprando caballos, de paso.

Lo último es que ya no solo son incapaces de cumplir sus promesas, sino que también perdieron su capacidad de amenaza. Alardeando de un poder sin limites, afirmaron de manera contundente que Guaidó no entraría al país, que no solo tiene prohibición de salida sino que también de entrada. En definitiva, tiene prohibición de ser. Pues el presidente encargado, entró a Venezuela. Fue recibido, estoy seguro, con la simpatía y el afecto de los funcionarios de inmigración, de la gente que estaba en el aeropuerto y de los que salieron a la calle a recibirle. Este es un hecho singular en nuestra historia. Hasta donde sé, los perseguidos por los regímenes políticos dictatoriales de antes, solo podían ingresar de manera clandestina o al término de la tiranía. Guaidó entró por el principal aeropuerto del país, a la luz del día. No entró disfrazado, siendo que, como lo hizo durante el carnaval, habría estado plenamente justificado. Usó su pasaporte, que -curiosamente- nadie decomisó, ni anuló, ni denunció como robado, como le ha sucedido a tantos otros. De esta “vuelta a la patria” de Guaidó Bonalde podemos inferir que el régimen no quiso o no pudo meterlo preso. Ambas cosas son muy malas para la usurpación porque constituyen una muestra evidente de la posición de extrema debilidad en la que se encuentran, sostenidos únicamente por la fuerza de unas armas en las que tampoco pueden confiar plenamente. Viene al pelo aquella frase que se le atribuye a Talleyrand: «Con las bayonetas todo es posible, menos sentarse encima».

Pero lo verdaderamente importante de la vuelta de Guaidó es lo que el hecho significa para la autoestima nacional: la confianza de los venezolanos en su liderazgo se reafirma. Una nueva manera de hacer las cosas de forma honesta, democrática y transparente se impone progresivamente en Venezuela. El discurso vacío, cruel, cínico y contradictorio del oficialismo contrasta con la transparencia, la claridad y la coherencia entre lo que se dice y se hace que encarna en este instante Juan Guaidó. Los videos virales de su llegada nos brinda a muchos la imagen anhelada de las puertas del país abiertas al retorno de la democracia y la libertad para que miles de Venezolanos vuelvan a Venezuela y entren en su patria “como Guaidó por su casa”.