Madrugador extremo, a las seis de la mañana ya está preparándose él mismo un frugal desayuno en la cocina de un apartamento que revela una sobriedad casi monacal. Si bien no anda de humor para chistes, tampoco luce como uno de esos cómicos que son, fuera del escenario, la antítesis de lo que representan en las tablas. Todo lo contrario, afable y accesible, pero en tono grave Laureano Márquez confiesa que, venezolano por decisión, no podría vivir sino en Venezuela y que la célebre frase («que no quede nada en los estantes») tendrá hondas repercusiones.

-¿Por qué has «enseriado» tus artículos en Tal Cual?

-El sentido más profundo del humorismo es un acto de seriedad. Lo decía Frank Brown: «Tanto mejor es una obra humorística cuanto más se acerca a la seriedad» y no hay nada que agobie más a un humorista que la falta de seriedad. Nosotros trabajamos para la seriedad, para que las cosas vayan bien y discurran por el camino de la tolerancia y de la justicia. Aquiles Nazoa decía que el humor es una forma de pensar sin que quien piense sepa que está pensando.

-¿Y tú qué piensas?

-Yo pienso al país a través del humor, pero cada vez que hablo o escribo me encuentro con temas de tales características que no encuentro manera de abordarlos seriamente.

-Es decir, con humor.

-Exacto. La gente me está diciendo, «Laureano, no pierdas el humor, que es lo que te distingue. Estás muy serio». Hay semanas en la que me propongo que la cosa sea humorística.

-¿No debe ser espontáneo?

-Hay días en que las cosas me salen en tono de humor. Pero hay otros en los que el tema me genera tal agobio que cuando lo abordo se me va por el lado serio. Quizás dentro mí hay un debate entre el humorista y el politólogo y a veces se impone el segundo sobre el primero.

-Si la situación es tan seria debe ser muy difícil hacer reír. A menos que haga humor de lo trágico.

-Sí. Hacer humor de lo trágico, humor muy elevado, es un compromiso brutal con la sociedad. Yo siento el peso de ese compromiso porque la gente me dice cosas en la calle que me abruman: «ustedes (los humoristas), nos animan, nos sostienen, nos dan fuerza». La gente valora mucho nuestro trabajo y eso no deja de sorprenderme porque más allá del éxito que uno pueda tener, nuestros espectáculos siempre se llenan.

-¿Por razones distintas a la evasión?

-Así es. En el espectáculo que estamos presentando ocurrió algo dramático. Era un teatro pequeño, tenía la gente cerca y de repente observé a una señora que lloraba. Eso me inquietó porque se supone que debemos hacer que la gente ría, no que salga llorando. Yo lo atribuyo al momento que vive el país, que yo percibo profundamente doloroso porque asistimos a su destrucción.

-Pero hay un lugar común según el cual el venezolano es capaz de reírse de su propia tragedia.

-El humor, que es una manera de afrontar la desgracia, emergió vinculado a la tragedia del ser humano.

-Además de aligerar lo trágico, ¿no resulta, un género que, por llegar a las masas, se hace más proclive a ser censurado porque se presta a ridiculizar a los poderosos?

-A diferencia de otras formas de comunicación, el humor dispone de muchos recursos para evadir la censura.

-Si se debe evadir la censura es porque la tenemos.

-Creo que sí.

-¿Hay que escribir entre líneas?

-Claro que sí. Absolutamente. Yo lo hago con mucha frecuencia. Además, sin perder la contundencia, debes aprender a expresarlo de otra forma. El otro día me ocurrió algo que ilustra lo que te digo: tenía una presentación en Maracay y estaba el alcalde de Girardot. Esa presencia no podía limitarme, pero tampoco iba a exponer al alcalde feamente. Debía actuar dentro de un marco de respeto, sin vapulearlo, pero diciendo lo que debía decir. Eso me pasa también cuando escribo. Debo impedir que me metan preso (y ya tengo varias experiencias), pero no me voy a quedar callado.

-¿Te contienes cuando escribes sobre Maduro?

-Me contengo en muchas cosas. Evito nombrar personas, pero tengo un sistema para hacerlo. ¿Te acuerdas del famoso «Venezuela sin Esteban»? Incluso, he echado para atrás algunos artículos.

-Te has autocensurado.

-Sí.

-¿Crees que eso es suficiente frente a un gobierno que avanza cada día más en el control de los medios?

-No. Este es un modelo de control que tiene límites o frenos. El objetivo es la conquista total de los medios de comunicación y del país. Un plan de dominación nacional. Y lo llevan adelante según las circunstancias, cómo lo hacía Chávez: avanzo, freno, avanzo.

-Los que gobiernan ahora no retroceden.

-Cambiaron el ritmo. «Vamos pa’ alante».

-¿Porque han perdido el control?

-Puede ser que hayan perdido el control que tenía Chávez. Lo de Daka y otras tiendas de electrodomésticos pareciera tener como fin recordarnos que «yo soy quien reparte y como ya no tengo para repartir, regalo lo que le pertenece a otro».

-Ante esa ofensiva, que parece no detenerse, ¿tiene sentido votar?

-Todo el sentido. Entiendo que cuestionamos el sistema electoral, pero llamamos a votar. Eso representa una contradicción porque si desconfías del sistema, ¿por qué llamas a votar? Y si llamas a votar es porque confías en el sistema. Pues bien, así nos ha tocado. Es como aquella canción «ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio, contigo porque me matas y sin ti porque me muero». Así que a pesar de las limitaciones del sistema, votar es la única posibilidad que tenemos los demócratas.

-¿No es legítima la rebelión si el adversario apela a recursos no democráticos?

-Puede ser legítima, pero creo que era santo Tomás quien decía que cuando te rebelas debes tener la certeza de que esa rebelión pueda tener éxito. De lo contrario vas a enfurecer y a hacer más tiránico el régimen contra el cual te rebelas. La única rebelión en la que creo es la democrática y electoral. Pero, ¿cómo se puede hacer una rebelión contra gente armada a la que no le importa matarte? No creo en eso de salir a la calle y «hasta que no se vaya Maduro no volvemos». Si es para eso, conmigo no cuenten.

-¿No es eso lo que quisiera el gobierno?

-Absolutamente. Estoy casi convencido de que no les importaría, en lo más mínimo, masacrar a la gente. Es más, creo que podrían enviarle al Ejército y me atrevo a pensar que a éste no le importaría disparar.

-¿Hizo bien Capriles desconvocando la marcha del 15 de abril?

-Capriles hizo lo que tenía que hacer. ¿Cómo expones a una gente que hubiera marchado hacia una muerte segura? ¿Cómo le digo yo a la gente, «vamos al matadero?» ¿Qué hago yo al día siguiente?

-Se supone que lo haces en nombre de la libertad.

-Sí, pero uno no se suicida en nombre de la libertad. Lucha, sí, por la vida, en su nombre. Lo otro es decir: «vamos a suicidarnos todos y vamos a ver a quién va a gobernar Maduro». Tú eres bravo, bueno, manda sobre ese poco de cadáveres». Yo no estoy dispuesto a eso.

-¿Debe quedarse la gente de brazos cruzados si se repite, el 8 de diciembre, el fraude denunciado por la oposición el 14 de abril?

-No lo creo, pero debemos buscar la vuelta inteligente. Pensar cómo podemos actuar más allá de aventuras. ¿Tú crees que una salida militar resultaría cuando estamos tratando de salir de los militares?

-Existe la tesis de que los militares dan el golpe…

-¿…Y llaman a Capriles? Ay sí, qué belleza de militares. Tan lindos ellos. Ya los veo. Nadie que llegue al poder se lo otorga a otro si lo obtuvo para sí. Lamentablemente el único camino es el arduo, difícil, lento, progresivo. Que esta sociedad descubra la tragedia en la que está inmersa. Esto parece al paso de los hebreos por el desierto del Sinaí, cuando Dios les dijo: hasta que el último de ustedes entienda la torta que pusieron adorando al becerro de oro, hasta que el último de esta generación imbécil no haya desaparecido, no puedo darles la tierra prometida. Pues bien, hasta que los venezolanos no entendamos el fraude mayúsculo a nuestro historia que significa todo esto, no llegaremos a la tierra prometida del progreso.

-Pero tenemos quince años atravesando el desierto.

-Y los que nos faltan.