«El que cree que entiende Venezuela debe ir al psicólogo, porque tiene problemas de la cabeza», dice el humorista y politólogo venezolano Laureano Márquez. Se refiere a una realidad a la que muchos nos enfrentamos a diario en Venezuela: este país, por mucho que uno intente, es incomprensible. E inexplicable. Es el país con las reservas de petróleo más grandes del mundo, pero no hay papel higiénico. Es a su vez uno de los países más caros y más baratos del planeta. Y es un país donde, a pesar de las adversidades, la gente se sigue riendo.

Y para explicar esas contradicciones, sostiene Márquez, «la única herramienta que nos queda es el humor».

El humor político en Venezuela, que tiene una rica e histórica tradición de contradecir a los gobiernos, ha ido perdiendo espacios en los medios masivos de comunicación durante los últimos años.

Muchos creen que la razón de esa pérdida es que el gobierno tiene una ingeniosa estrategia para censurar a quienes disienten.

El presidente, Nicolás Maduro, niega que haya dicha política y mantiene que en Venezuela hay libertad de expresión.

Sin embargo, para otros venezolanos de oposición eso es como un chiste. «Un chiste malo», dice Márquez, que añade: «Cuando las libertades se ven amenazadas, el único refugio de libertad que queda es el humor».

«Y en este momento», asegura el también columnista de opinión, «el humor es la única forma seria de hablar en Venezuela».

El caso Chataing

Hace dos semanas la polémica sobre la censura en los medios de comunicación se reavivó con la salida del aire del programa del humorista Luis Chataing en la cadena privada Televén.

Su partida fue interpretada como una medida de censura del gobierno, que según algunos ha comprado a través de terceros las más grandes cadenas del país, como Globovisión y Venevisión.

Maduro negó las acusaciones e incluso le ofreció un programa a Chataing en el canal de las Fuerzas Armadas.

Por su parte, la ministra de Comunicaciones, Delcy Rodríguez, dijo que «Chataing pretende achacar al Gobierno Bolivariano su despido de Televen sin pasearse por sus malos chistes y conflictivo historial».

Pocos, sin embargo, se creyeron que un hombre que tiene 3 millones de seguidores en Twitter −un millón más que Maduro− salió del aire por malo.

Pero la pregunta, más allá del caso de Chataing, es qué pueden hacer los humoristas para trabajar en un país que, si bien necesita del humor, parece tener un gobierno que no lo tolera.

¿Auge?

Las dificultades para los humoristas no son nuevas. En 2007, cuando el gobierno no renovó la concesión del canal privado RCTV, el programa de humor político que hoy más recuerdan los venezolanos salió del aire: Radio Rochela.

Pero a pesar de esta situación, el humor en Venezuela se ha mantenido no solo vigente, sino relevante.

Los humoristas que hablaron con BBC Mundo coinciden en que, entre más grave la crisis del país, más argumentos tienen. Y sentencian: el humor no es para escapar de la crisis, sino para entenderla.

«Del 2000 para acá, la gente que sabe −la gente a la que uno le cree− se han ido cayendo y perdiendo importancia, y el humor se ha convertido en la forma de entender lo que está pasando», dice el caricaturista del diario Tal Cual, Roberto Weil.

Internet y teatro

Sin embargo, los humoristas se quejan de que sus actos se tienen que reducir a plataformas que no son masivas en Venezuela, como internet y el teatro, porque los medios grandes −dicen− han sido «cooptados por el gobierno».

Juan Andrés Ravell, director de la paródica página de noticias El Chigüire Bipolar, admite que la revolución bolivariana ha sido una inspiración para él y sus colegas.

Ejemplo de ello son dos otras publicaciones suyas en internet: Isla Presidencial, una serie animada, y Pero Tenemos Patria, un informativo satírico.

Sin embargo, Ravell dice que internet es una plataforma limitada porque solo llega al 30% de la población. «Y expandirse a televisión o radio, que son mucho más masivos, es imposible», asegura.

«Lo que hacíamos con Chávez ya no lo podemos hacer con Maduro», señala. «Este presidente (Maduro) parece un poco inseguro de sí mismo».

Y añade: «Yo antes pensaba que nadie iba a terminar en la cárcel por decir su opinión, pero ahora que hay gente en la cárcel por eso, se siente algo de incertidumbre».

Humor en serio

Otra coincidencia entre estos humoristas políticos venezolanos es que hablan en serio: no echan cuentos graciosos, sino relatan la realidad. Que en Venezuela resulta ser divertida la mayoría de las veces.

Weil, por ejemplo, dice que desde el 2000 sus caricaturas dejaron de ser chistes: «A medida que la situación se fue poniendo peor, más angustiosa, volví mis caricaturas una reflexión de lo que veo y lo que siento».

Algo que comparte Rolando Salazar, conocido como el mejor imitador de personajes políticos en Venezuela: «El humor no es una propuesta de entretenimiento, sino una manera de narrar el drama que vivimos a diario».

Sus imitaciones, más que burlonas, son narraciones de lo que pasa: una de ellas es, por ejemplo, aquella alocución del fallecido presidente Hugo Chávez en la que contó por televisión, en medio de risas, sus peripecias durante la inauguración de un túnel en 2006, ocasión en que la estaba afectado por una diarrea.

Según Márquez, «una cosa son los chistes, con los que te olvidas de la realidad, y otra el humor, que es sobre la realidad».

Márquez suele compartir escenario con el analista político y económico más famoso (y, para muchos, de los más serios) del país: Luis Vicente León. En el show, que se presenta en teatros del país, analizan la realidad nacional en clave de humor.

«Yo siento que el humor es una especie de estrategia para poner en la mente de los venezolanos la necesidad de cambiar», dice León.

Y concluye: «Esa es una gran oportunidad, porque la gente, cuando se ríe, no sólo abre la boca, sino que abre algo mucho más importante: la mente».