Es que parece increíble: ¡tenemos fecha para las elecciones parlamentarias!  En cualquier sociedad verdaderamente democrática no debería ser motivo de especial alegría que el ente electoral anuncie la fecha de las elecciones, sino parte de la normalidad democrática; pero en Venezuela -que ha devenido en mezcla de Macondo con Orwell- muchas cosas que en otros lugares son normales, resultan para nosotros motivo de regocijo extraordinario, casi como conseguir leche o papel tualé. Hubo que hacer presión nacional e internacional, tuvo que venir Felipe González, la ONU, la CE, el PAN, la FIFA, el PIN y hasta el WHAT’S UP a meter su mano para que el gobierno autorizará al CNE  a fijar la fecha de unas elecciones  para las que faltan apenas cinco meses.

Mucha gente del lado de la oposición está convencida de que es inútil votar, de que hagas lo que hagas no hay freno jurídico, moral o de simple sentido común que pueda contener la ambición de poder de quien ha llegado a tantas muestras conocidas de perversión para mantenerse en él. Por su parte, los partidos opositores no es que nos animen mucho. Les falta un poquito de eso que la gente de antes llamaba sindéresis, amén de ideas y proyectos que vayan más allá de decirnos algo que todos sabemos. Muchos creen -con razón- que el ente es tramposo, abusador, parcializado, que incita la abstención, que no es auditable, que permite el ventajismo y un listado casi interminable de etcéteras.

La verdad es que cuando uno discute con gente que incita o promueve  la abstención, la desventaja argumentativa es brutal en contra de uno. Sin embargo, algunos hechos  sucedidos esta semana  llaman la atención a favor de no abandonar  toda esperanza por más que estemos a las puertas del infierno. En primer lugar, asombra poderosamente la actitud profundamente antidemocrática de la primera autoridad del país (realmente lo que asombra no es la actitud, sino el atrevimiento de exponerla públicamente, porque hay cosas que no se dicen por más que se piensen). Señala el primer magistrado que ante una victoria opositora en las elecciones parlamentarias, «aquí sucederían cosas muy graves» (como si tal afirmación no fuese ya muy grave). Pero más allá de lo terrible de esta actitud, demasiada certeza debe haber en el gobierno de una victoria opositora para que se llegue a una amenaza tan contundente, para que se llegue el extremo de reconocer que se está dispuesto a respetar elecciones solo en el caso de que estas sean favorables. Si esta declaración la hubiese hecho una fuerza opositora habría sido tachada de fascista y abiertamente golpista, seguramente un juez habría actuado y alguien estaría preso. En todo caso, el gobierno se muestra seguro …de su derrota.

Otro hecho: se le pide a los aspirantes  a diputados  del partido oficial que firmen una renuncia a su eventual cargo como condición para ser  postulados. Esto con la finalidad de evitar que se produzca el criollísimo «salto de talanquera». Pregunta: ¿de dónde a dónde se produce el salto de talanquera usualmente? Respuesta: desde la opción minoritaria a la mayoritaria, porque es esta última la que produce y reparte cargos y dividendos. Nunca se ve aquello a lo que aludía Churchill cuando criticaba el salto de uno de los suyos diciendo: «esta es la primera vez que veo a una rata saltar hacia el barco que se hunde». Entonces, mas claro no canta un gallo, por más que este sea rojo rojito: están tan seguros de que la tienen perdida que necesitan amenazar también a sus propios parlamentarios para evitar el deslave que saben inevitable. Por otro lado, que triste concepcion tienen de su propia gente, que no la sienten comprometida con ideales profundos, sino con el puro y miserable mercantilismo político que ya vislumbran en bancarrota.

Como si los argumentos anteriores fuesen pocos, hemos dejado para el final el más importante: un grupo numeroso de compatriotas encabezados por Leopoldo López y Daniel Ceballos han puesto y ponen en riesgo su vida por solicitar, entre otras cosas, que se fijara fecha para los comicios parlamentarios. Por respeto a esta lucha, que es la nuestra, debemos comprometernos a votar.

No somos ingenuos, ya conocemos demasiado al ente: habrá, de aquí a diciembre, nuevas razones para el desánimo. Ese es el propósito y la línea clara que mantienen los amos del poder, tienen que seguir abonando la desesperanza que ya han sembrado en nuestros corazones. Además esta gente es como Terminator, cuando todo indica  que ya ha sido derrotado, sorprende con una nueva e impredecible agresión. Quien quita que se les ocurra un sistema electoral de representación inversamente proporcional de «minoría absoluta» en el que quien obtenga menos votos tenga más diputados, pero como decían los campesinos españoles: con estos bueyes hay que arar. Lo otro es dar el terreno por perdido y abandonarlo.