Razón tienen Los Del Río al decir: «algo se muere en el alma, cuando un amigo se va». Nos vamos muriendo de a poquito en la partida de los amigos tan valiosos, tan queridos. Esta semana se nos fue Mercedes Pulido de Briceño. Es inevitable ponerse un poco triste, aunque no hay razón alguna: la de Mercedes fue una vida extraordinaria, razonablemente larga y llena de amor por su país, que afortunadamente es el nuestro. No tenía cuenta en Andorra, porque su riqueza es la eternidad. Como era católica practicante y seria, sabía con San Agustín que «nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti».

La evoco en su partida y solo vienen de ella recuerdos bonitos. Cuando nació mi hija nos envió un hermoso texto sobre la responsabilidad que Dios pone en nuestras manos con la llegada de un hijo. Cuando dirigió el Centro Gumilla, nos invitó a escribir en la revista SIC y uno agradece mucho a quien confía en uno en los tiempos en los que no hay muchas razones para confiar. Con el cursillo de formación de Gumilla nos metió en los barrios a trabajar. Siempre que llamaba era para involucrarlo a uno en algunos de sus proyectos, que siempre tenían el bienestar del país como trasfondo y obviamente eran ad honorem. Nunca recuerdo una conversación con ella que fuese banal. Era de esa gente que siempre te deja algo: una idea, un libro, una reflexión, una inquietud en el alma para meditar.

Fue profesora de nuestras universidades más importantes, querida y respetada por sus alumnos. La recuerdo siempre cargada de libros y voluminosas tesis de sus estudiantes. Hablaba con eso que los latinos llamaban «auctoritas», en todos los sentidos que los romanos le daban en la antigüedad:

i) la que poseía el tutor sobre su pupilo para aumentar sus capacidades y perfeccionarlas;

ii) la que deriva del saber, del conocimiento de un tema y

iii) la autoridad moral que tiene una persona decente de eso que también llamaban en latín, apelando a Ulpiano: «honeste vívere, alterum non ladere cuicue suum tribuere» (vivir honestamente, no dañar a otros y dar a cada uno lo suyo).

Lo de «amar al prójimo» se lo tomaba enserio, recuerdo que aquel legendario 11 de abril -del que tantas cosas quedan aún por explicar-, la llamé para que me ayudara a entender lo que estaba sucediendo, ella, que era abierta opositora al régimen, estaba ocupadísima buscando como comunicarse con un embajador europeo para que recibiera en calidad de huésped en su embajada a un entonces funcionario del gobierno. Ayudar, construir, meter el hombro y amar a la gente, esa fue su vida.

Fue la primera mujer ministra en Venezuela y eso es algo digno de ser mencionado en un país en el que el machismo está tan arraigado en su historia. La defensa de los derechos de la mujer fue parte de su compromiso existencial. Escribió, investigó y meditó bastante sobre nosotros, nuestros males, bondades y contradicciones. Creo que en mucho contribuyó a descifrar ese misterio que somos los venezolanos. Su trayectoria inobjetable la coloca entre las personalidades más importantes de nuestra civilidad, con cuya construcción se comprometió activa y laboriosamente. Mercedes nos recuerda que este país tiene esperanza, porque tiene un lado luminoso, noble y bueno que se volverá camino cuando la noche pase.

Como ven, no hay ninguna razón para sentirse triste por su partida, sino llenos de gozo por haber tenido entre nosotros a una conciudadana tan especial, funcionaria honesta, intelectual de primer nivel comprometida con su tierra y maravillosa mujer. Buen viaje, querida Mercedes, rumbo al mundo de las eternas realidades, ve tranquila al encuentro de esa verdad, que fue siempre norte de tu peregrinar vital. Ya te imagino tratando de explicarle el país a Santo Tomás, que de aquí no es.