El llamado “plan B” es en Venezuela es tan antiguo como el “salto de talanquera”. La primera vez que se puso en práctica fue en la llamada “emigración a Oriente” ante el avance de las tropas bovinas (que no sé si será el termino adecuado para referirse a los soldados de Boves, pero en todo caso es harto conocido que expropiaban vacas que no pagaban luego). Ya desde aquellos tiempos la autopista de oriente estaba en el estado calamitoso que hoy conocemos, razón por la cual, un alto porcentaje de los emigrantes no llegó a su destino.

En los tiempos que corren, el “plan B” había venido siendo una opción opositora. Cuando uno escuchaba a una persona hablar de él, ya sabía de antemano sus preferencias políticas. Esto ha venido cambiando en los últimos tiempos, no solo a raíz del tema del que no podemos hablar y que ha desatado los demonios internos, sino también ante la posibilidad cierta de perder las elecciones del año “retropróximo venidero”. Ambos acontecimientos hacen que la incertidumbre se apodere, también, de los partidarios del proceso que quieren poner a salvo las ganancias limpiamente obtenidas y tener la posibilidad de una vida tranquila alejada del devenir inconstante de nuestra patria y de los avatares impredecibles del destino.

El gran problema -ni bolsas que fueran- es que están tomando como plan “B” los mismos destinos de los opositores. No compran casa en La Habana o en Trípoli, mucho menos en Teherán o Managua. Quieren Miami, España, Panamá, Francia o Italia, quieren el primer mundo capitalista.

Sin embargo, lo que me preocupa no es eso, porque todos tenemos derecho a nuestro plan alternativo. Lo que me inquieta es que se van a encontrar (o nos vamos a encontrar, uno nunca sabe y no hay que decir: “de esta agua no beberé” y al final hasta nos vamos todos y dejamos solo el terreno) en los mismos lugares, en los mismos espacios. No quiero ni imaginarme la escena en la cual, un enardecido compatriota, cargado de rabias acumuladas y sazonadas por el exilio, le voltee el carrito de mercado a otro, con aceite de maíz y quien quita que hasta carne, reproduciendo en cualquier supermercado de Panamá o en el Dolphin Mall, situaciones similares a las vividas en Venezuela. Me imagino las asociaciones de venezolanos, que tanto éxito tienen en el exterior, como el instrumental de los aviones, todas por partida doble; las colas en los consulados nuestros para votar, reproduciendo las escenas y la peleas que se ven en los centros electorales de Caracas. No quiero ni pensar que pasaría ante dos marchas encontrándose en Madrid frente a Las Cibeles porque escogieron la misma ruta para provocarse una a la otra y la Guardia Civil sin entender aquello, ni saber qué hacer. La verdad es que el destino no nos ha puesto las cosas sencillas a los venezolanos de todos los bandos, corrientes y colores. En fin, qué misterio la vida en esta hermosa tierra nuestra, tan querida y a la vez, tan ajena para nosotros mismos.