Para mí, con todo mi amor.

La figura del matrimonio ha sufrido tantos cambios en los últimos tiempos, que hemos llegado a la forma que sirve de titulo a este escrito: el automatrimonio. No se trata de que te casas con tu automóvil, que también podría ser, seguramente dentro de poco. Se trata de la original idea de casarte contigo mismo(a). Ya ha sido puesta en práctica con éxito en Italia. Hace poco más de cuatro años, Laura Mesi –nada que ver con el jugador– se llevó a sí misma al altar y hasta el sol de hoy sigue siendo profundamente feliz.

La modalidad es denominada también con un término curioso: «la sologamia». Te casas contigo y te entregas en exclusividad a esa maravillosa persona que eres tú, hasta que la muerte te separe de ti. Esto me parece tan romántico que, desde que lo supe, poco a poco y cada vez más he comenzado a sentir algo especial por mí mismo. Ando con cuidado, voy poco a poco porque ya me he herido en otras oportunidades. El otro día, sin ir más lejos, me pegué un martillazo en el pulgar montando un cuadro y llevo más de tres días sin hablarme. En fin, pero esto no va de mí, es decir del nosotros que formamos yo y yo.

Casarte contigo mismo, aunque parece sencillo, es quizá más difícil que hacerlo con otro ser humano. Tienes primero, como en toda relación, que comenzar a salir. Así, poco a poco, te vas conociendo. Te llevas un día a cenar, pero debes ser generoso, tienes que buscar un lugar que a ti te agrade, en el que sepas que te vas a sentir a gusto contigo mismo, no una pocilga barata, porque si no, ya desde la primera cita, notarás que eres un miserable. No olvides los detalles: ábrete la puerta del carro antes de entrar, rueda la silla antes de sentarte a la mesa y cuando comas no hagas esos ruidos desagradables que tanto te molestan. Toma con moderación, no hay nada que avergüence más a uno mismo que verse en un estado deplorable de embriaguez. Mide las palabras, tómate la mano y bésatela. No vayas más allá. Tú todavía no sabes si tú quieres ir más allá.

Otro día invítate al cine. No hay mejor manera de conocer la empatía entre personas que cuando se comparten gustos cinematográficos. No escojas tú la película, deja que lo hagas tú. Compra cotufas y compártetelas. Si aparece en pantalla alguna escena romántica, es el momento, sin brusquedad tomate una mano con la otra, suavemente, finge un autotropiezo. Hasta ahí, no te propases, puede que más nunca quieras ir al cine contigo.

Ya después de muchos meses saliendo, conociendo las empatías, los gustos, las ternuras cotidianas, entonces –y solo entonces– nace el verdadero amor por ti mismo. Ya estás preparado para el matrimonio. Es un paso trascendente, piénsatelo bien. Si ya lo has decidido, tienes que pedirte la mano. La manera más sencilla es colocarte frente al espejo del cuarto con el añillo escondido en una cajita en tu espalda, que tú no lo veas. Te arrodillas y lo sueltas: «¿Quieres casarte conmigo?». Será un momento inolvidable porque vas a notar que algo mágico sucede, en el momento que tú te arrodillaste, justo tú también lo hiciste y te pediste lo mismo, ¿no es conmovedor?

No voy a entrar en temas de la intimidad matrimonial, porque ese es un asunto muy privado entre ti y tú. Lo único que puedo decirte es que el secreto de un buen matrimonio es edificarlo con amor cada día: cada detalle que tengas contigo mismo será inolvidable para ti. Préstate atención cuando hables, oye atentamente lo que estás diciendo, no te contradigas en público, eso da muy mala impresión a otras parejas. Sorpréndete de vez en cuando con algo inesperado, regálate flores. Puedes olvidar cualquier cosa, pero nunca, óyeme bien, nunca olvides tu cumpleaños. Te odiaras para siempre si eso sucede.

Para finalizar, el automatrimonio tiene una ventaja que sin duda lo hará muy popular: todos los gastos de sostenimiento del hogar se reducen a la mitad y lo mejor: en caso de divorcio, tú te quedas con todo.

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