«Una especie del orden de los primates, perteneciente a la familia de los homínidos», eso es lo que somos. Lo que nos distingue del resto de los animales de la creación es nuestra condición de sapiens, en latín: sabios.

La sabiduría tiene que ver con el conocimiento intelectual de las cosas. Nosotros somos capaces de recrear la realidad en nuestra mente, es decir de pensarla, de darle forma de ideas mediante la razón y de actuar creativamente sobre ella. Pero la noción de sabiduría, en el sentido que filosóficamente se le da al término (Sofía en griego) desde los tiempos de Aristóteles, va más allá: tiene que ver con el concepto de virtud.

Como nos dice Ferrater Mora hablando de ese momento: «El intelectualismo penetra así el ideal del sabio antiguo, pero este intelectualismo se halla a su vez penetrado de moralidad, pues si el conocimiento del bien conduce al bien mismo, éste no puede ser realizado sin su conocimiento».

Partiendo de estas premisas y realizando una evaluación del estado del mundo en el siglo XXI es inevitable preguntarnos si estamos creciendo en sabiduría o si el Homo Sapiens no se está transformando de manera acelerada y progresiva en un Homo Brutus, en el sentido que se le daba a esta palabra en la antigua Roma de animal irracional, tardo, grosero, cruel e indisciplinable, como diría Plinio (el adulto mayor). El ser humano conmueve con su capacidad de amar tanto como horroriza con su disposición a producir sufrimiento a su prójimo.

Piensa uno en las guerras, por ejemplo. Todos los que hemos criados hijos vivimos con asombro la fragilidad inicial de ese animal superior que domina el mundo. Lo que cuesta sacarle adelante para que alcance a hacerse plenamente dueño de sí mismo, primero de sus pasos y más adelante de su destino.

Ver el fruto de tanto esfuerzo caer en innumerables batallas a lo largo de la historia pasada y presente, no puede sino desconcertarnos en relación con la sabiduría que le viene adosada a nuestra especie. ¿Qué sería de la historia del Homo Sapiens si no nos hubiésemos asesinado entre nosotros?

Para todos aquellos que nacimos más allá del año 10 A.C. (antes del celular), codificar el mundo actual nos resulta sumamente complicado. Uno ha intentado, en lo posible, no permanecer ajeno a los cambios tecnológicos, pero el conjunto de valores que rigen estos tiempos y que marcan el destino de las nuevas degeneraciones, nos resultan indescifrables, así como las nuevas subculturas surgidas al resguardo y al amparo de las reses sociales. Nos tocó vivir el relativismo que anunciaba el poeta Campoamor:

En este mundo traidor,
nada es verdad ni mentira:
todo es según el color
del cristal con que se mira.
Aunque, como le oí recitar a Zapara en una oportunidad:
Si en este mundo traidor,
nada es verdad ni mentira
–como dice Campoamor–,
tampoco es verdad el color
del cristal con que se mira.

Uno piensa a veces que estamos llegando al fin de los tiempos, aunque, sin ser profeta, nada le cuesta a uno barruntar que vendrán tiempos peores, más elevadas muestras de inconsistencia, líderes más incapaces, pueblos más manipulados y engañados, en definitiva, menos libertad, aunque nos venga disfrazada de liberación. Parece que nos quedaremos hasta sin cristales con los que ver el mundo.

Llegamos al fin de la inteligencia natural, esa que distinguía a los hombres sabios. De ahora en adelante la inteligencia que nos conducirá por nuevos derroteros será la artificial. Quiera Dios que, obra humana al fin, no se contagie de nuestras brutalidades.

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