Esta madrugada del día de Nochebuena me venció el insomnio y no pude dejar de pensar en los miles de compatriotas que, recluidos en injusta prisión, pasarán la noche de este día en el encierro, fuera del hogar, lejos de los suyos en una fecha que para los venezolanos es entrañable por el calor familiar que la envuelve.
Mi corazón se puso junto a ellos y sus madres, imaginé sus condiciones de reclusión, consciente de que son inimaginables; sus dolores y angustias; sus noches sin dormir, en la espera infinita.
En 1920, en plena dictadura de Juan Vicente Gómez, en la cárcel de La Rotunda —donde se encontraba preso por soñar libertades— el humorista Leoncio Martínez (Leo) escribe la célebre «Balada del preso insomne». Se trata de un largo poema que, a pesar de estar escrito por un hombre vinculado a la risa, produce, en el alma venezolana que lo lee, una infinita tristeza: esa que se nos instala en el corazón cada vez que pensamos que nos merecemos un destino mejor.
En su balada, Leo habla de su anhelo de ver libre a Venezuela y también de los rigores de su encierro:
«Por adorar mis libertades
Esclavo en cadenas caí;
Aquí estoy cargado de hierros,
Sucio, famélico, cerril,
Enchiquerado como un puerco,
Hirsuto como un puerco-espín.
Harto en el día de tinieblas
Asomo fuera del cubil
Bien la cabeza, bien un ojo,
Bien la punta de la nariz;
Temeroso de un escarmiento,
Encorvado, convulso, ruin,
-como ladrón que se robase
Sólo el reflejo de un rubí-
Por mirar brillando en el patio
El claro sol de mi país».
Esta noche recordamos el nacimiento de un perseguido injustamente, de una familia que conoció el exilio en la lejana tierra de Egipto. Una familia pobre, sin contactos y sin enchufes, porque la electricidad no se había inventado, a pesar de que nuestros nacimientos están siempre iluminados. En el pesebre de Belén nació un niño que al hacerse hombre fue encarcelado injustamente por sus ideas y sentenciado a muerte. No obstante, de su tránsito terrenal nos quedó el mensaje sobre el cual se edificó el destino de la humanidad.
Por eso, tomando las palabras de Chaplin en el discurso final de su película El gran dictador, me gustaría enviar un mensaje de esperanza a los presos insomnes de este siglo: «A los que puedan oírme les digo: no desesperéis, la desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen seguir el camino del progreso humano, el odio de los hombres pasará y caerán los dictadores y el poder que le quitaron al pueblo se le reintegrará al pueblo y así, mientras el hombre exista la libertad no perecerá».
Tengan la mejor Navidad posible y un año nuevo que inicie cargado de las anheladas bendiciones.
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