¡Aragüeños! también nuestro suelo
de la patria, el honor, conquistó,
cuando un héroe de olímpico vuelo
aquí las legiones del crimen venció.
(himno del estado Aragua, Ramón Bastida)

Cuando uno como aragüeño, aunque sea «reencauchao», escucha al presidente de la potencia más poderosa del planeta tierra nombrar con inocultable dejo gringo en la pronunciación al Tren de Aragua, le entra a uno un no sé qué, una mezcla rarísima de orgullo nacional con vergüenza patriótica.

Que el nombre del terruño de uno ande en boca de los amos del planeta no deja de hacerle sentir a uno importante, pero que eso acontezca porque una banda de criminales etiquetados con ese nombre, que a lo mejor ni aragüeños son, tengan en vilo al imperio, es una afrenta sumamente desagradable.

Los compatriotas que han emigrado a otras latitudes –tanto como los que no– son, en su inmensísima mayoría, gente de bien y de trabajo. Este grupúsculo, ínfimo y marginal que conforma el famoso tren, raya, para decirlo en criollo, a todo un gentilicio que tiene que arrastrar con las consecuencias de su infamia.

Cuando se emigra, una cuestión que hay que tener en cuenta es que cada ciudadano, fuera de su país, es como si fuese la representación de la nación entera ante los nacionales del país receptor: si algún error comete no le será atribuido solo a él, sino al gentilicio entero. Mas en estos tiempos en los que la xenofobia y el desprecio a la inmigración está tan de moda.

El Tren de Aragua tiene su sede inicial en la cárcel de Tocorón, un centro penitenciario ubicado en el sur del mencionado estado. Allí los delincuentes del «tren» transformaron la cárcel en una suerte de resort con discoteca, piscina, estadio de beisbol y hasta zoológico, con túneles para poder entrar y salir sin perturbar las actividades recreativas.

Se dice que solo por el cobro de la «causa» a otros reos el «pran» podía «recaudar» hasta tres millones de dólares anuales. Al parecer el nombre de la megabanda delictiva proviene, según se presume, de vínculos con obreros ferroviarios que laboraban en la construcción de las vías férreas que comunican el estado Aragua con su vecino de Carabobo.

El tren de Aragua se volvió tan poderoso que no solo se convirtió en la banda criminal más prominente del país, sino que –luego de la intervención de su sede aragüeña– estableció operaciones en el resto del continente, convirtiéndose en la transnacional del delito de mayor figuración en varios países de Latinoamérica y también de los Estadios Unidos.

Estas «legiones del crimen», para usar la frase del himno del estado, constituyen un oprobio para un país de gente honesta y buena y sin duda una amenaza para la seguridad de un continente entero. Lo curioso, irónico, contradictorio, absurdo e incluso risible de toda esta trama en relación con la citada banda criminal es que en el estado Aragua, surcado de un extremo al otro por una extensa vía férrea, con túneles impresionantes y elevaciones de concreto armado para los raíles a lo largo de decenas de kilómetros, no se ha visto pasar un solo tren desde 1966, con la única excepción, obviamente, del susodicho

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