“Sábete Sancho… todas estas
borrascas que nos suceden son señales
de que presto ha de serenar el tiempo y han
de sucedernos bien las cosas; porque no es posible
que el mal y el bien sean durables, y de aquí
se sigue que habiendo durado mucho el mal,
el bien ya está cerca”.


Cada vez que la humanidad pierde la razón –este parece ser uno de esos momentos– y se acerca peligrosamente al abismo de su autoaniquilación, suele sobrevenir un largo periodo de relativa paz, tolerancia y hasta progreso espiritual. La diferencia del momento presente con otros de la historia, es que en este tiempo tenemos la posibilidad de destruir el planeta, no una, sino varias veces seguidas. Si Hitler hubiese conseguido la bomba atómica, usted, querido lector de seguro no estaría leyendo este artículo ni yo escribiéndolo.

Las armas nucleares están al alcance de locos fanáticos a los que les vale madre, como dirían en México, asesinar a una mujer porque no lleva el velo puesto de manera «correcta». En manos de gobernantes autoritarios, como Putin, que, ante su evidente fracaso en la destrucción de Ucrania, apela a un submarino atómico del que se dice que alberga nada más y nada menos que «el arma del Apocalipsis». El sumergible es capaz de lanzar hasta seis torpedos Poseidón, con cabezas nucleares de dos megatones, que pueden viajar hasta diez mil kilómetros por debajo del mar, a una profundidad de mil metros y con una superficialidad que aterra.

Otro simpático personaje, el líder de Corea del Norte, el mismo que fusiló a su ministro de defensa ¡con un cañón antiaéreo! por quedarse dormido durante una interesantísima alocución suya, tiene al alcance de sus deditos la posibilidad de disparar misiles nucleares y lanza pruebas, cada vez que amanece con ganas de jugar al exterminio, sobre el mar de Japón, único país en el que se han usado hasta el día de hoy las bombas nucleares.

China, por su parte, un régimen comunista que solo piensa en conquistar el planeta con su capitalismo salvaje, mantiene el interés centrado en los negocios y actúa con supuesta cautela; pero aprovecha la confusión internacional reinante para incrementar su acorralamiento a Taiwan. Tiene también su arsenal nuclear, no sabemos si con la intención de usarlo o venderlo al mejor postor para obtener buenas ganancias segundos antes de la hecatombe.

Occidente, por su parte, baluarte de la democracia y la libertad es cada vez menos libre y democrático. Los radicalismos de uno y otro extremo cobran fuerza, el fanatismo político se impone y los bandos en pugna dentro de cada nación ya no ven a sus rivales internos como adversarios, sino como enemigos a los que aniquilar. Conducidos por semejante liderazgo, los pueblos comienzan a votar por cosas absurdas, como los ingleses, por ejemplo, que deseando mayoritariamente permanecer dentro de la Comunidad Europea, votaron por salir de ella, sin medir las consecuencias de lo que votaban. En occidente la abstención es el sueño de todo loco que codicia el poder.

Mientras, las desigualdades entre el norte y el sur se incrementan. La gente de los países subdesarrollados, agobiados por gobiernos despóticos que hambrean y torturan a sus pueblos, privándoles de toda esperanza de progreso y libertad, emigran hacia un norte que ofrece un mejor vivir. No otra cosa ha hecho el ser humano a lo largo de la historia, sino huir de sí mismo.
El sentido común, la sensatez, la reflexión y el sosiego han pasado a la clandestinidad. El centro político, al que tantas cosas debemos, se esconde tras las bancadas parlamentarias y cuando asoma la cabeza es solo para recibir una pedrada. La moderación paso de moda y la tolerancia es el escudo de la agresión.

Así pues, Sancho, si salimos bien librados de esta tan mala racha, seguramente, si no el bien, es posible que algo de bondad y compasión nos espere. Apostemos a ello, fiel escudero.

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