Curiosa la etimología del término delirio: del latín de-lirare, que significa salirse del surco al labrar la tierra.

Cómo llegó esta palabra a ser asociada a un trastorno psicológico y psiquiátrico: resulta que en la antigüedad romana, una de las pruebas que realizaban para constatar el estado de enajenación mental de una persona era mandarle a hacer un surco con una vara; dependiendo del trazado se podía determinar si éste se hacia correctamente o no, si sucedía lo segundo se consideraba a la persona presa de delirium (delirio).

No es frecuente en el teatro venezolano recurrir a la representación de episodios históricos ni a la caracterización de los personajes de nuestro Olimpo patrio y, mucho menos, al más sagrado de ellos: El Libertador.

En Mi último delirio Héctor Rodríguez Manrique, caracteriza de manera brillante —como suele hacer con todos los personajes que encarna— a Simón Bolívar en el momento cercano a su muerte en Santa Marta.

Según los partes médicos, en los últimos instantes de su vida, los delirios eran frecuentes.

La pieza es una verdadera joya teatral por múltiples razones: en primer lugar, el texto de la obra esta enteramente extraído de frases, pensamientos y cartas del Libertador de los que se tiene constancia histórica. De hecho, la obra cuenta con la asesoría de la reconocida historiadora Inés Quintero.

La caracterización de Héctor es impecable:

Humaniza al personaje, dándole incluso con frecuencia algunos toques de humor que nos muestran a Bolívar como alguien mucho más cercano a nosotros, mucho más humano que héroe (por poner un ejemplo, quien esto escribe fue requerido con autoridad por el Libertador para que le alcanzara el aguamanil para afeitarse y se vio impelido a subir al escenario a cumplir la tarea, entre las risas del público).

La selección de los textos, entre la multiplicidad de materiales originales que se poseen del padre de la patria, esta hecha para hablarle al venezolano de hoy, para dar cuenta de su sentir, inquietudes y anhelos.

La dirección, el manejo de los recursos escénicos, los desplazamientos actorales llenan el espacio teatral y nos mantienen siempre atentos y en vilo.

La contribución de Héctor Manrique al teatro y a la cultura venezolana es realmente valiosa y merece nuestro aplauso y reconocimiento.

Héctor es, sin duda una voz valiente que da cuenta, tanto en las tablas como fuera de ellas, del sentir del venezolano de nuestro tiempo, de nuestros afanes y angustias.

Su aporte a la civilidad desde su quehacer nos anima y nos da esperanza. Desde aquí nuestra gratitud.

Se queda uno pues, luego de ver la obra, rumiando los pensamientos y sueños del Libertador con el sentimiento de que nos toca a los de este tiempo rematar su obra.

Por lo demás, Libertador, fue un honor servirle. Mi única recomendación: cambie usted de perfume porque, desde que fui a la obra, el olor a su pachulí no se me pasa.

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