En la edición del 6 de diciembre del diario El Nuevo Herald aparece una información cuyo protagonista es el señor Alejandro Andrade, ex tesorero general de la nación (venezolana).

El personaje se declara culpable de “robar” 1.000.000.000,00 (puesto así, en números, para que se note más claramente) de dólares a Venezuela.

Se imagina uno que redondeó para simplificar las cosas, a lo mejor no fueron 1000, millones sino 1034, o 976, pero para evitar “decimillones”, mil. Son 500 escuelas de dos millones de dólares, 50 ambulatorios de 20 millones de dólares, 16.666 máquinas de diálisis, el sueldo de un profesor titular durante casi siete millones de años, o de siete millones de profesores durante un año.

No se asombre el lector de esta última cifra, los profesores universitarios venezolanos son los peores pagados del continente (lo que debe ubicarlos también entre los peores pagados del planeta).

Este señor, sobre cuya conciencia sabe Dios cuántos miles de estudiantes que no pudieron graduarse, o cuántos dializados que fallecieron, o cuántos pacientes de hospitales que perdieron la vida pesarán (lo de “sobre cuya conciencia” es un decir), ya se encuentra en libertad en los Estados Unidos y ponga usted que haya podido rescatar del botín un par de milloncejos, de modo que, aunque no tenga ya caballos, bien podrá cabalgar cómodamente el resto de vida que le quede. 

Los mil millones que declara haberse robado fueron pagados como multa por Andrade al gobierno de los Estados Unidos, más 250 millones de los verdes que estaban “ocultos” en Suiza. En otras palabras, este prócer revolucionario y antiimperialista transfirió al gobierno del detestado imperio lo robado al pueblo venezolano. Son las contradicciones de una revolución corrupta que termina financiando a su enemigo para que construya las escuelas, hospitales y servicios con los que el pueblo venezolano no contará por su culpa.

El susobicho es testigo del Departamento de Justicia de los EEUU en el juicio contra otra ex tesorera general de la nación (venezolana) y su esposo que se sigue en los tribunales de la Florida. Se trata de Claudia Díaz Guillén y Adrián Velásquez Figueroa. Esta linda parejita, según los fiscales recibió sobornos por 100 millones de dólares (millón más, millón menos).

Es decir, que a los ojos del testigo deben aparecer como unos simples aficionados de la trama de corrupción más impactante de la historia universal. Porque este es solo un caso de tantos miles similares, ocurridos durante estos tiempos de lucha contra la “podredumbre del pasado”.

La señora Díaz Gillén fue la enfermera del fallecido presidente anterior y su marido escolta del mencionado líder revolucionario, quien, quizá para recompensar las capacidades terapéuticas de la primera, le asigno la tesorería de la nación, para cuya dirección son imprescindibles habilidades de asistencia sanitaria, como tomar el pulso de los sobornos, revisar la presión arterial de las comisiones y medir la temperatura para determinar la fiebre de divisas.

Curiosidades de esta contradictoria tierra nuestra que cuenta, simultáneamente, con la enfermera mejor pagada del planeta y un hospital, como el J.M de los Ríos, que otrora fue emblema internacional de calidad, donde hasta el mes de febrero se registraron 66 niños y adolescentes fallecidos en los últimos cinco años por el cierre del sistema de procura de órganos de trasplante.

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