El presidente Duque ha usado en estos días una palabra que de tanto no ser oída, podía presumirse extinta: “fraternidad” (viene del latín fraternitas y significa “cualidad propia de hermanos”). Iván Duque se ha convertido en defensor de los emigrantes venezolanos y en vocero de sus derechos en el exterior, lo cual no siempre es fuente de popularidad y seguramente tampoco de votos. En otro país hermano como el Perú, por ejemplo, un candidato ofrece, entre sus promesas de campaña, la expulsión de todos los venezolanos (se entiende que si así lo hace es porque dicha oferta genera dividendos políticos).

Cuánto le ha costado al género humano la comprensión de la fraternidad. La cualidad propia de los hermanos no está -obviamente- exenta de conflictos, desavenencias y fricciones. Lo que la hace especial es que, por encima de todos los desencuentros, los hermanos se ayudan, se sostienen y se cuidan mutuamente, hallan una manera amorosa de  superar las dificultades. No quiere decir esto que alcanzar la fraternidad universal -al igual que la familiar- sea cosa sencilla. Numerosas brechas, como las financieras, las culturales, las religiosas, etc. son algunos de los inconvenientes. 

Muchos compatriotas han encontrado en su proceso migratorio rechazo y xenofobia. Curiosamente, este rechazo se produce con mayor intensidad entre las naciones de mayor cercanía cultural e histórica, en nuestro propio continente. Culpar al otro, al extranjero, del origen de los propios males, es una propensión que ha acompañado siempre a la humanidad. Si a los países ricos les cuesta recibir a la gente que huye de los países pobres, imagínense a los pobres recibiendo a otros pobres. Ahí está el caso de Trinidad, que no tiene reparo moral alguno en enviar directamente a la gente a la muerte, antes que tenderles una mano.

Quizá lo primero que hay que comprender es que cuando las personas huyen de un lugar, corriendo graves riesgos y enfrentando terribles penurias, no lo hacen por vocación al turismo de aventura, huyen de algo que le parece aún más horrendo que caminar desde Venezuela hasta Chile o lanzarse al mar en un peñero. La gente huye, fundamentalmente, de regímenes que confiscan su libertad, cercenan sus posibilidades de vida o arruinan sus condiciones materiales de existencia. En el caso de Venezuela las tres cosas juntas.

Cuando un país atraviesa por dificultades tan grandes como las que padece el nuestro, es inevitable que los problemas se trasladen a los países vecinos. El presidente Duque ha encontrado el camino más inteligente, humano y digno para sobrellevarlos: la fraternidad.  Por tal razón, presidente, le estamos supremamente agradecidos y quiera Dios que nunca tengamos que devolverle el favor a Colombia por similares circunstancias.

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