De lo sucedido esta semana se desprende que robar en Venezuela es buenísimo, si lo sabes hacer con una buena dosis de cooperación institucional y cinismo.
El asunto es que hay que robar mucho, porque al final, estos ladrones antiimperialistas lo que quieren es vivir en el imperio y correr libremente con sus caballos pura sangre por las riberas del rio Mehicepipi.
El secreto está en robar bastante y luego cooperar con el gobierno norteamericano de manera que este se lleve un altísimo porcentaje de lo robado (que nunca volverá al pueblo venezolano a quien pertenece) y el ladrón, con el repele de milloncejos de dólares que le quede bajo el colchón, pueda vivir una existencia tranquila, al amparo y protección de las autoridades del país del norte.
No se trata solo de ser un corrupto, sino de tener una libretica donde se van anotando nombres y datos de toda la trama de corrupción de la que se es parte.
Esas informaciones son las que, suministradas en el momento oportuno, van a permitir al ladrón su liberación en los Estados Unidos con una sentencia reducida.
Con la información que obtienen, los jueces harán nuevas detenciones y embargos de otras fortunas hasta que lleguen al más bolsa (¡mosca bolsas!, que ahora van por ustedes), el que se ha robado apenas una docena de millones de dólares y que, sin la previsión de la libretica, se queda sin posibilidades de negociar y consiguientemente de partir la cochina.
Lo robado por el corrupto también es un negocio, sin duda, para el gobierno norteamericano. Es la transferencia de fondos más brutal que un país haya hecho a otro en toda su historia.
Nuestros ladrones de cuello blanco no se roban el 10% de la represa que va a producir la energía hidroeléctrica del país, como hace cualquier corrupto decente del primer mundo. Los nuestros se roban la represa entera y encima, desvían el río en el que se iba a levantar, para robarse también el oro, imposibilitando para siempre la construcción de la represa, causando un daño ecológico irreparable y dejando al final al país a oscuras.
En definitiva, el asunto es que el monto de lo robado por estos predios es exorbitante, incalculable, descomunal, inconmensurable, hercúleo. Y lo que se roban nuestros corruptos en nombre de la lucha antiimperialista, va a parar, pues, at the end of the day a las arcas del tesoro de los Yunay Esteys.
Robar es, como hemos dicho, un excelente negocio en Venezuela, pero no para los niños que pierden la vida en el hospital J.M. de los Ríos (que pena con el Dr. José Manuel, un magnífico pediatra) y para todas las personas que mueren de mengua en hospitales mal dotados por carencia de fondos.
Tampoco el robo es negocio para las universidades del país, que deben pagar sueldos miserables a sus profesores y reducir su actividad por la carencia de presupuesto, destruyendo la educación, que es el motor con el que avanza una nación. Robar es bueno, pero no para el que trabaja decentemente, con empeño, durante treinta o cuarenta años y espera, con el fruto de sus ahorros y su merecida jubilación, concluir su existencia con seguridad y paz. Y este, si protesta con justicia por lo que le corresponde, lo meten preso el mismo día en que el otro sale en libertad.
Esta es la conclusión a la que hemos llegado luego de las informaciones aparecidas esta semana. Y eso sin tener en cuenta lo que aún no se saabe.
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